Un encuentro para recordar
El pasado lunes 28 de octubre se procedía en esta Biblioteca a la inauguración de un espacio de lectura, un Rincón Literario en memoria de quien fuera bibliotecario a finales de la década de 1960, D. Domingo Eulogio Méndez García, con el fin de «rehabilitar su figura y rendirle el reconocimiento que su labor merece», y rendirle homenaje como “defensor de nuestro Patrimonio Cultural que trabajó por el fomento de la lectura en esta Villa”.
En el acto se dio lectura al escrito que familiares, amigos, compañeros y discípulos presentaron en este Ayuntamiento solicitando el reconocimiento que Domingo Eulogio sin duda merece, y del cual se extraen los siguientes párrafos:
«Muchas son las personas que encontraron en Domingo Eulogio el referente intelectual que les abrió las puertas de nuevos mundos a través de la lectura; esa fue su tarea desde la biblioteca, activar mentes y conciencias aletargadas y ese fue su delito a los ojos de los que deseaban perpetuar un tiempo gris y sin horizontes.
»Su compromiso cultural venía de lejos porque a él se debe en gran medida tanto la actividad del recordado Cine Club Orotava, que funcionó en nuestra villa desde 1964 hasta su cierre por motivos políticos en 1972, como la puesta en marcha de distintos proyectos periodísticos (Hogar-Club, Ahora o El Aguijón). También es digno de reseñar el trabajo de catalogación de la biblioteca legada por D. Fernando del Hoyo o la adquirida a los herederos de D. Antonio Lugo Massieu.»
También, y como parte de este homenaje, se dio lectura a una carta remitida por el escritor y periodista portuense Juan Cruz Ruiz, discípulo, amigo y compañero de Domingo Eulogio, recordando la persona y la huella que dejó Domingo en todos aquellos que le conocieron, y que el escritor ha permitido amablemente reproducir en este blog:
Nos enseñó la vida
Una carta de Juan Cruz
Inolvidable persona, un maestro tranquilo que te miraba ojear los libros. La casa ordenada, apenas esos volúmenes que nos hacían mejores recibían el sonido de las guaguas, que venían del Puerto o del cualquier sitio buscando, en La Orotava, un destino que también se parecía al silencio.
Cada vez que abría aquella puerta, alta, disponible como una biblioteca, Domingo Eulogio no sólo parecía un anfitrión sino un maestro que te estuviera esperando. Nosotros sabíamos ya qué era la dictadura, un lugar sin palabras en las que, sin embargo, ya anidaban como cernícalos los nombres propios de la época, entre ellos los de Jean Paul Sartre o Albert Camus.
En el techo de aquella casa estaban los ecos de su voz, conduciéndote a las novedades y a la solución de las preguntas que llevábamos a su curiosidad y a ese magisterio que compaginaba con su silencio.
La lectura era el destino de aquellas paredes que él nos presentaba con la solicitud de alguien que estuviera esperando siempre un paso mayor, más riguroso, en el aprendizaje de los discípulos que venían de fuera.
Él no presumía de sus libros, ni de la actualidad que tenían. Él se preparaba para ser de su casa el gozne de la gran biblioteca que algún día vendría a ser, con él, un símbolo de la Villa. Aunque las autoridades de entonces, hechas para prohibir y para degradar, cumplían con las pobres órdenes de un mundo vencedor y entristecido, en aquella casa se respiraba la libertad que luego, como si hubiera roto el tiempo de las prohibiciones, fue a vivir en la Biblioteca.
Allí él se convirtió en la parte de dentro de su propio proyecto doméstico, esta vez abierto a la curiosidad, a la exigencia de curiosidad, pues eso es lo que demandan los libros, curiosidad, y le abrió la puerta, en plena pandemia de las prohibiciones, a la pasión por leer.
Ese fue el contagio que instauró Domingo Eulogio al pueblo en el que había nacido. Leer era su forma de ser; los libros tenían que ser importantes, viejos o recientes, pero consistentes, hechos para cambiar de época, para alegrar el mundo de saberes. Nosotros lo habíamos experimentado en la casa; toda la población, ahora, podía seguir, gracias a Domingo Eulogio, la esencia de la libertad, a pesar de que en los cuatro puntos cardinales de la época todo parecía destinado a perecer antes de llegar, o salir de, la Charca de los Ascanio.
La Villa, que era una especie de lugar de asueto de la religión católica, fue cada vez más laica, más viva, y nosotros, los jóvenes empezamos a saber, gracias a Domingo Eulogio y a otros muchachos de la época, que debíamos esperar la reivindicación de la palabra laico.
Mi madre me había enseñado, sin pedir permiso, aquella jaculatoria que hizo ejemplar a Ferrer i Guardia, ¡vivan las escuelas laicas!, ante el pelotón de fusilamiento. Lo que puso a disposición Domingo Eulogio, entonces, fue un regalo emocionante para una población que tenía tapiado el horizonte.
Él nos puso a leer, y ahora cualquiera de los que lo recordamos tendríamos que aplaudir con alegría su nombre propio y su propio ejemplo: el de un revolucionario al que abrazan el tiempo y también la idea.